12/10/11

El entierro de la madre del señor obispo


El 5 de octubre falleció la madre del señor obispo Tito Solari Capellari; lo primero que pensé al enterarme de la triste noticia, fue que no podría cumplir la promesa que me había hecho cuando era seminarista muchos años atrás; me había prometido en secreto conocer a su mamá antes de que muriese, sabía que era una promesa hecha al viento y contra reloj, pero dado que estaba por Italia era una empresa no tan descabellada.

Años después, al saber la noticia y con una agenda atiborrada de actividades, tomé el primer tren que encontré libre a pocas horas del entierro de la madre de don Tito.


No tenía ningún contacto en el norte de Italia, así que el viernes por la mañana cuando decidí partir encontré un número telefónico en mi antiguo celular, me respondió un medio-pariente de don Tito que me dio el contacto de una religiosa que vive en Udine que fue quien me ayudó a decidir para tomar el tren hasta  Udine y compartir un coche por dos horas hasta llegar a Pesariis, pueblo natal de la familia Solari Capellari.

Así que cogí en Roma el último tren de la tarde del viernes y llegué a media noche tras hacer transbordo en Venezia, en la estación central de Udine me esperaba la religiosa que yo veía por primera vez, es el tipo de personas más parecido a los ángeles y de las cuales no se encuentran fácilmente – menos en Roma –; bastó con que dijera la palabra “Bolivia” y me abrió las puertas de su casa y de su corazón. En efecto, en toda la comunidad religiosa se respiraba color aguayo. 

Al día siguiente, sábado, día del entierro; viajamos en coche por dos horas  con dirección Pesariis. En el viaje entre una conversación y la otra empecé a conocer un poco de la madre de don Tito, a quien todos las conocían como “mamma Dorina” (mamá Dorina) y los más jóvenes como “nonna Dorina” (abuela Dorina); una mujer que como decía una estampilla que habían hecho imprimir para los funerales: “vivió en el temor de Dios con todo su corazón”; no sólo porque fue madre de 8 hijos de los cuales una murió a 9 años porque había nacido ciega, sorda y muda debido a que cuando mamma Dorina estaba en cinta le habían disparado en medio de la guerra civil desatada durante la segunda guerra mundial; o porque se había entregado a su familia incluso aceptando casarse con su esposo a escondidas en una capilla un día invernal a las 6 de la mañana.

Supe que mamma Dorina se había consagrado a sus hijos, de los cuales un sacerdote y una religiosa, y muchos nietos y bisnietos; siendo pilar de la familia que había formado con un hombre bueno y honesto que nunca aceptó que su hijo se hiciese cura y una de sus hijas monja. Eran tiempos de la segunda guerra mundial y de hecho el pueblo de Pesaris fue escenario de la lucha intestina entre “partigianos” y alemanes. El mismo don Tito relataba que por tres años su casa se convirtió en una base militar alemana durante tres años y que de niño junto a sus pequeños hermanos vio el drama de la guerra armada.

Cuando llegamos a Pesariis un pueblo a un suspiro de Austria, con más relojes que sus cien habitantes; el paisaje había cambiado: montañas nevadas, bosques recubiertos de pinos, por aquí y por allá aldeas de piedra y madera con altos techos que permitiesen deslizar las terribles tormentas de nieve durante el invierno. Así se presentaba Pesariis, un pueblo que otrora había fornido de relojes Solari a todas las terminales de trenes de Europa y que hoy vivía en el recuerdo de las segundas casas de verano.

Llegamos a casa de los Solari Capellari, casona antigua de tres niveles, con un gran crucifijo de bronce en la entrada; subí al segundo piso, aunque eran todavía las dos y media de la tarde el ambiente era silencioso como un atardecer; allí en una habitación – según me dijeron donde nació don Tito – vi una escena que no dejó de impresionarme y entendí que nunca es tarde para cumplir la promesas hechas al viento.

Miré el ataúd sobre una cama y en él mamma Dorina, el cajón aún estaba abierto como reza la tradición italiana. Allí yacía ella con un rosario entre sus manos cubierta por un tul de gentileza. Rosa marmórea, ya sin aliento porque el tren la eternidad se la acaba de llevar. Conocí de frente a mamma Dorina que apenas horas antes se había escondido entre los brazos de su Dios; pero ya no pude cruzar su mirada para que me diera su bendición.

Ella volvió a su pueblo natal como acostumbraba cuando joven para decir a la vida “gracias” tras 98 años; y hacerlo rodeada de sus hijos. Lo hizo en la misma casa donde fue novia, esposa, madre, abuela y bisabuela. Mujer bella y fuerte que había ordenado sus cositas y había cerrado el telón. Ya no quedaba más que una sombra de lo que había sido décadas atrás.

Pero las semillas que había sembrado la rodeaban. Era un pequeño grupo de adultos en media luna a los pies del ataúd y en el centro estaba don Tito con quien pensaba encontrarme en Bolivia a fin de año.

Santo varón acongojado, huérfano dolorido que con su don de lágrimas, apoyado en su dolor a los pies de su mamá, lloraba el salmo 22: - “El Señor es mi Pastor... por verdes praderas él me guía... en la obscuridad guía mis pasos...”.

Fue fácil reconocer a sus hermanos, gente esbelta, más o menos rubia, de estatura imponente y de nariz generosa.

Después de la procesión de la casa Solari Capellari hacia el templo, celebramos la misa de cuerpo presente con muchos cantos en dialecto regional, “el friulano”; muchos  sacerdotes compartimos el altar, junto a cientos de feligreses que acompañaban a los familiares.
Para un sacerdote, celebrar los funerales de su propia madre debe ser muy triste; no lo quiero ni pensar y que Dios me ayude cuando – lo más tarde posible – llegue el momento.

Inmediatamente después de la santa misa, en una corta procesión nos dirigimos al cementerio del pueblo que estaba situado detrás del templo. Cuando habíamos entrado en el templo la tarde era gris y casi llorosa, al salir el sol había decidido acompañar la procesión para secar las lágrimas de los hijos e hijas de mamma Dorina. Así procesionamos hasta el cementerio cuyos mausoleos, lápidas y pequeños monumentos fúnebres delataban la parentela entre los Solari y los Capellari.

Los asistentes nos volcamos hacia la tumba en un gran abrazo y con frases en friulano y boliviano despidieron los restos mortales de mamma Dorina, agradeciendo la compañía de los presentes.
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Cuando escribo estas líneas, sólo unas horas después del funeral estoy retornado a Roma en un tren de sábado por la noche.

Con todo, hoy he puesto en mi maleta de cartón la enseñanza que oí decir – quizás por mí mismo –entre una canto fúnebre y otro: - “Justo Ariel no prometas al viento algo que no podrás cumplir; o al menos haz el sincero intento de mantener tu palabra de frente a ti mismo y delante de Dios cuando prometas algo”.

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