18/1/17

A mi tía Escolástica Alzugaray Veramendi en sus 100 años de vida

Escolástica Alzugaray Veramendi nació en Potosí el 11 de febrero de 1917, es la segunda de tres hermanos ya fallecidos, todos oriundos de Potosí. Su padre trabajó en la empresa Bolivia Railway –luego, convertida en la Corporación Minera de Bolivia (COMIBOL)–, y junto a toda su familia vivió en Pulacayo.

Se casó a los 24 años con Humberto Villegas Chacón y tuvieron cuatro hijos: María Teresa, José Humberto (+), Juan Carlos y Álvaro.

Aquí mi saludo por sus 100 años de vida.

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Mi tía Escolástica es una mujer cuya historia se pierde cien años atrás. No conozco su vida cuanto quisiera, porque no tuve la oportunidad a de preguntarle sobre su pasado, es un remordimiento que llevaré siempre.

Ella tendría unos 15 años cuando Bolivia vivió la Guerra del Chaco, entonces vivía en el Centro Minero Pulacayo - el más moderno del inició del siglo XX -  seguramente como todas las demás mujeres, bajaba a la ciudad de Uyuni para cocinar y atender a los soldados que viajaban para no volver jamás, o que regresaban  mutilados desde el campo de combate.

El poco tiempo que la visité no me atreví a preguntarle, tal vez porque todavía era un niño.Hubiese querido saber cómo conoció a su esposo, un señor alto, rubio, de ojos verdes, que trabajaba en uno de los talleres del centro minero.

Solo sé que ella era una profesora de "economía", así se llamaba a las lecciones donde las hijas de los obreros del centro minero aprendían a bordar, a cocinar..., intuyo que aprendían a ser señoritas preparadas para vivir en la década de los cuarenta. Escolástica era una maestra que seguramente aconsejaba y guiaba una generación de niñas que debían construir y sostener un país despedazado por la guerra.

No sé cuándo y cómo llegó a Chuquisaca, la capital del país; pero pensando bien, esa Ciudad Blanca, tan señorial, de tradiciones puras y de gente donairosa, era perfecta para ella, porque reflejaba la magnanimidad de su corazón.

Seguramente ella me conoció de pequeño cuando venía a visitar a mi abuelo - su primo hermano -que también trabajó en las minas, pero que había emigrado a Quillacollo, en Cochabamba. No tengo memoria de ello.

Los recuerdos que tengo de ella son del lejano 1994 cuando decidí, a 18 años, volar del nido de mi familia y viví por un año en el Seminario San Cristobal -detrás de la histórica Catedral- fue allí el inicio de mi locura de ser cura. 

Los sábados la visitaba y almorzaba con ella, sus hijos y su perro. Huérfano como era yo en Chuquisaca, ellos eran mi familia donde encontraba el calor de un hogar y el solaz que solo un corazón de madre puede dar sin esperar nada a cambio. Si tan solo hubiera sabido que años después yo me iba a transformar en un cazador de historias, habría descubierto en sus anécdotas un tesoro, que ahora sé: no supe aprovechar.

La bondad es la primera palabra que me viene a la mente cuando pienso en ella, seguramente sufrió mucho porque perdió un hijo joven, pero también supo vivir con alegría cada día: encarnaría perfectamente en una novela de antaño donde la gente no necesita cosas materiales para ser feliz.  Recordaré siempre cuando fuimos a pasear por la ciudad de Sucre, sus jardines e Iglesias coloniales; o  cuando venía con su hija Teresa a visitarme al seminario...

Hoy, su memoria es una pequeña luz que se va apagando serenamente, que siente hambre después de haber comido, que siente frío apenas se la ha cubierto... Y mientras espera con tranquilidad dormirse para siempre... Dios no se ha olvidado de ella, ni de todas las vidas que ha vivido en cien años, porque le ha dado unos hijos y nietos maravillosos que le arropan y acarician cada día.

Que estas palabras, tía Escolastica, viajen hasta tu casa, cerca del mercado campesino, que entren a tu habitación por una ventana y con la luz del sol acaricien tu rostro y tus manos llenos de historias a flor de piel que solo Dios y sus ángeles podrán descifrar. Gracias por todo.

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