
Años
después, al saber la noticia y con una agenda atiborrada de actividades, tomé
el primer tren que encontré libre a pocas horas del entierro de la madre de don
Tito.
No tenía
ningún contacto en el norte de Italia, así que el viernes por la mañana cuando
decidí partir encontré un número telefónico en mi antiguo celular, me respondió
un medio-pariente de don Tito que me dio el contacto de una religiosa que vive
en Udine que fue quien me ayudó a decidir para tomar el tren hasta Udine y compartir un coche por dos horas
hasta llegar a Pesariis, pueblo natal de la familia Solari Capellari.
Así que cogí
en Roma el último tren de la tarde del viernes y llegué a media noche tras hacer
transbordo en Venezia, en la estación central de Udine me esperaba la religiosa
que yo veía por primera vez, es el tipo de personas más parecido a los ángeles
y de las cuales no se encuentran fácilmente – menos en Roma –; bastó con que
dijera la palabra “Bolivia” y me abrió las puertas de su casa y de su corazón.
En efecto, en toda la comunidad religiosa se respiraba color aguayo.
Al día siguiente, sábado, día del entierro; viajamos en coche por dos horas con dirección Pesariis. En el viaje entre una conversación y la otra empecé a conocer un poco de la madre de don Tito, a quien todos las conocían como “mamma Dorina” (mamá Dorina) y los más jóvenes como “nonna Dorina” (abuela Dorina); una mujer que como decía una estampilla que habían hecho imprimir para los funerales: “vivió en el temor de Dios con todo su corazón”; no sólo porque fue madre de 8 hijos de los cuales una murió a 9 años porque había nacido ciega, sorda y muda debido a que cuando mamma Dorina estaba en cinta le habían disparado en medio de la guerra civil desatada durante la segunda guerra mundial; o porque se había entregado a su familia incluso aceptando casarse con su esposo a escondidas en una capilla un día invernal a las 6 de la mañana.
Supe que mamma
Dorina se había consagrado a sus hijos, de los cuales un sacerdote y una
religiosa, y muchos nietos y bisnietos; siendo pilar de la familia que había
formado con un hombre bueno y honesto que nunca aceptó que su hijo se hiciese
cura y una de sus hijas monja. Eran tiempos de la segunda guerra mundial y de
hecho el pueblo de Pesaris fue escenario de la lucha intestina entre
“partigianos” y alemanes. El mismo don Tito relataba que por tres años su casa
se convirtió en una base militar alemana durante tres años y que de niño junto
a sus pequeños hermanos vio el drama de la guerra armada.
Cuando llegamos
a Pesariis un pueblo a un suspiro de Austria, con más relojes que sus cien
habitantes; el paisaje había cambiado: montañas nevadas, bosques recubiertos de
pinos, por aquí y por allá aldeas de piedra y madera con altos techos que permitiesen
deslizar las terribles tormentas de nieve durante el invierno. Así se presentaba
Pesariis, un pueblo que otrora había fornido de relojes Solari a todas las
terminales de trenes de Europa y que hoy vivía en el recuerdo de las segundas
casas de verano.
Llegamos a
casa de los Solari Capellari, casona antigua de tres niveles, con un gran crucifijo
de bronce en la entrada; subí al segundo piso, aunque eran todavía las dos y
media de la tarde el ambiente era silencioso como un atardecer; allí en una
habitación – según me dijeron donde nació don Tito – vi una escena que no dejó
de impresionarme y entendí que nunca es tarde para cumplir la promesas hechas
al viento.
Miré el
ataúd sobre una cama y en él mamma Dorina, el cajón aún estaba abierto como
reza la tradición italiana. Allí yacía ella con un rosario entre sus manos cubierta
por un tul de gentileza. Rosa marmórea, ya sin aliento porque el tren la
eternidad se la acaba de llevar. Conocí de frente a mamma Dorina que apenas
horas antes se había escondido entre los brazos de su Dios; pero ya no pude
cruzar su mirada para que me diera su bendición.
Ella volvió
a su pueblo natal como acostumbraba cuando joven para decir a la vida “gracias”
tras 98 años; y hacerlo rodeada de sus hijos. Lo hizo en la misma casa donde
fue novia, esposa, madre, abuela y bisabuela. Mujer bella y fuerte que había
ordenado sus cositas y había cerrado el telón. Ya no quedaba más que una sombra
de lo que había sido décadas atrás.
Pero las
semillas que había sembrado la rodeaban. Era un pequeño grupo de adultos en
media luna a los pies del ataúd y en el centro estaba don Tito con quien
pensaba encontrarme en Bolivia a fin de año.
Santo varón
acongojado, huérfano dolorido que con su don de lágrimas, apoyado en su dolor a
los pies de su mamá, lloraba el salmo 22: - “El Señor es mi Pastor... por
verdes praderas él me guía... en la obscuridad guía mis pasos...”.
Fue fácil
reconocer a sus hermanos, gente esbelta, más o menos rubia, de estatura
imponente y de nariz generosa.
Después de
la procesión de la casa Solari Capellari hacia el templo, celebramos la misa de
cuerpo presente con muchos cantos en dialecto regional, “el friulano”; muchos sacerdotes compartimos el altar, junto a
cientos de feligreses que acompañaban a los familiares.
Para un
sacerdote, celebrar los funerales de su propia madre debe ser muy triste; no lo
quiero ni pensar y que Dios me ayude cuando – lo más tarde posible – llegue el
momento.
Inmediatamente
después de la santa misa, en una corta procesión nos dirigimos al cementerio
del pueblo que estaba situado detrás del templo. Cuando habíamos entrado en el
templo la tarde era gris y casi llorosa, al salir el sol había decidido
acompañar la procesión para secar las lágrimas de los hijos e hijas de mamma
Dorina. Así procesionamos hasta el cementerio cuyos mausoleos, lápidas y
pequeños monumentos fúnebres delataban la parentela entre los Solari y los
Capellari.
Los
asistentes nos volcamos hacia la tumba en un gran abrazo y con frases en
friulano y boliviano despidieron los restos mortales de mamma Dorina, agradeciendo
la compañía de los presentes.
_________
Cuando
escribo estas líneas, sólo unas horas después del funeral estoy retornado a
Roma en un tren de sábado por la noche.
Con todo,
hoy he puesto en mi maleta de cartón la enseñanza que oí decir – quizás por mí
mismo –entre una canto fúnebre y otro: - “Justo Ariel no prometas al viento
algo que no podrás cumplir; o al menos haz el sincero intento de mantener tu
palabra de frente a ti mismo y delante de Dios cuando prometas algo”.
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